La felicidad parece un lugar tan lejano como punzante la tristeza, que viene de tanto en tanto y arrasa con todos mis débiles sentimientos que se cruzan inocentemente en su camino, como un huracán...un huracán cargado de maldad.
Y en estas noches en las que no hay respuestas que calmen mi sed de sonrisas, en las que la ventana malignamente me muestra, cual si fuese la más lacrimógena película, que la oscuridad nocturna indica que otro día (tan triste como el anterior) ha pasado... En estas noches no encuentro consuelo en ninguna de las cosas que solían llenar mi rostro (hoy bañado en espesas lágrimas de mi amor y tu indiferencia) de infinitas sonrisas.
Pero dicen que la mente puede más que el amor, y sin embargo parece que en cada paso que doy, recorriendo mi habitación, buscando respuestas en la fría y serena alfombra, no hago más que convencerme de que ni la mente ni el corazón pueden darme paz esta noche, hoy, ahora...
Tendré, entonces, que resignarme y conformarme con enamorarme de tu espalda, que se vuelve más pequeña con cada paso que das alejándote. Es que no triunfé (lo sé), pero perseveré como nadie lo ha hecho, y seguramente lo vuelva a hacer, porque de esto se trata el amor: de empezar, caer, levantarse, perseverar y volver a empezar.
Tal vez deba contagiarme de los que sonrien a menudo, ríen y se dicen cosas bellas; de los que disfrutan el amanecer, las flores y la vida; de los que siguen adelante, olvidan las penas y no demuestran debilidad; de los que tienen todo, lo que soñaron y lo que no, también.
Pero después de tantas horas y de tantos pasos dados, finalmente pienso que el amor (y el des-amor) son la materia prima de mis sentimientos, y de estas líneas que escribo a cada momento, tan llenas de lamentos, pero sin las cuales no podría describir lo que siento.
---V.B.---
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